El caso Sorge. Un espía de Stalin en Tokio

En septiembre de 1933 el periodista alemán Richard Sorge llega a Japón como enviado especial del Frankfurter Zeitung. Veterano condecorado con la Cruz de Hierro, afiliado al NSDAP y reportero de un prestigioso medio, Sorge no tardó en hacerse popular entre la comunidad alemana que vivía en el país, llegando incluso a convertirse en amigo cercano de dirigentes del régimen nazi residentes en Japón.

Sin embargo, tras esta imagen de alemán impecable para la época, cuyos únicos vicios parecían ser su afición a la bebida y su carácter mujeriego, se escondía uno de los más importantes espías de la Segunda Guerra Mundial que a punto estuvo de poner en jaque la invasión alemana de la Unión Soviética.

Isabel Kreitz - El caso Sorge - cubierta.inddSorge, de padre alemán y madre rusa, luchó en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. Tras la guerra se sumergió en la esfera socialista alemana, hasta que en 1924 se muda a Moscú para formar parte del departamento de inteligencia soviético. Fue destinado a Shanghái para vigilar los movimientos tanto del gobierno chino como del de un Japón incipientemente imperialista hasta que, finalmente, es redestinado a Tokio bajo el nombre en clave Ramsay.

La dibujante alemana Isabel Kreitz recoge la historia del espía soviético en la novela gráfica “El caso Sorge: Un espía de Stalin en Tokio”. La obra está hilvanada como una serie de entrevistas ficticias a personas que coincidieron con Sorge durante su estancia en Japón, tomando como tema central el breve romance que vivió con la clavicembalista Eta Harich-Schneider y su doble vida como espía.

A pesar de que toda la narración está acompañada inevitablemente por una nube de relato noir que dota de gran interés a la narración, Kreitz no descuida en ningún momento el elemento histórico ayudada en gran medida por el esmerado dibujo a lápiz. Así nos presenta como funcionaba la red de información conformada por Sorge, cuyos miembros imprescindibles fueron el telegrafista alemán Max Clausen y el periodista japonés Ozaki Hotsumi entre otros. Además, también se muestra la importancia que tenía el carisma del propio Sorge, así como sus conocimientos sobre la sociedad y política japonesa, los cuales le valieron la posición de amigo cercano, consejero ocasional e incluso agregado de prensa del embajador Eugen Ott, lo cual le permitió tener acceso de primera mano a una gran cantidad de información privilegiada sobre los movimientos del Reich.

Aunque su misión inicial era la de vigilar las intenciones japonesas respecto a la invasión de los territorios soviéticos limítrofes con el estado títere de Manchukuo, la cercanía con Ott y otros dirigentes nacionalsocialistas, puso a Sorge en conocimiento de algunos de los detalles de la Operación Barbarroja, según la cual los nazis planeaban romper el Pacto Ribbentrop-Molotov e invadir la Unión Soviética. No obstante, los superiores de Sorge desestimaron esta información y la Operación Barbarroja comenzó el 22 de junio de 1941, dos días después de la fecha dada por el espía.

La misión de Richard Sorge terminó abruptamente a finales de ese mismo año cuando fue detenido por la Kenpeitai, la policía militar japonesa. Este organismo, que actuaba con especial crudeza contra los grupos izquierdistas, detuvieron en una redada a alguien cercano a Yotoki Miyagi, colaborador de Sorge, que fue apresado y brutalmente torturado hasta que dio los nombres de los miembros de la red de espionaje. El gobierno nipón ofreció a la Unión Soviética intercambiar al alemán por prisioneros japoneses pero los soviéticos negaron que contasen con nadie con ese nombre entre sus agentes de inteligencia. De este modo, Richard Sorge fue condenado por espionaje y ahorcado el 7 de noviembre de 1944. No sería hasta 1964 cuando Moscú reconocería públicamente que Sorge trabajaba para ellos y le otorgaría póstumamente el título de Héroe de la Unión Soviética.

La obra de Kreitz relata de forma espléndida esta interesante historia de espionaje de la Segunda Guerra Mundial, en la cual, si bien no duda en tomarse ciertas licencias que hagan más ameno el relato, nunca se aleja de la realidad histórica. Como guinda para esta obra nos encontramos con un anexo final de la mano del periodista alemán Frank Giese en el cual compone una breve pero completa biografía del espía alemán para ayudarnos a comprender plenamente el complejo personaje que fue Richard Sorge.

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