Castlevania es una de las sagas de videojuegos más longevas y exitosas que existen con más de treinta títulos desde 1986 hasta la actualidad. En la mayoría de ellos tomamos el papel de un cazador de vampiros —habitualmente un miembro de la familia Belmont, protagonistas indiscutibles de la saga— cuya misión es adentrarnos en un castillo lleno de criaturas monstruosas para derrotar a Drácula, el cual resucita periódicamente con el fin de acabar con la humanidad.
Como es evidente, el villano está basado en el personaje de la novela de Bram Stroker, aunque en una versión muy libre, dado que se toma enormes licencias tanto respecto a la historia original como a la realidad histórica en la que se basó el autor irlandés. Es así, por ejemplo que, mientras que el Drácula “real”, Vlad Tepes, habitó en la Valaquia de mediados del siglo XV, la historia de Castlevania sitúa su origen como humano en el siglo XI bajo el nombre de Mathias Cronqvist, aunque posteriormente tras su vampirización, y esta vez sí en el siglo XV, construiría su castillo en Valaquia y cambiaría su nombre por el de Vlad Tepes.
Respecto a la novela de Stroker, las referencias no son demasiadas y, aunque no se represente en ningún título de la saga, se da entender que dentro del universo de Castlevania, en 1897, tienen lugar los sucesos narrados en la novela. Esto queda patente en dos personajes, John Morris y Jonathan Morris, hijo y nieto respectivamente de Quincey Morris, personaje de origen estadounidense que muere enfrentándose a Drácula en Rumanía junto a la compañía liderada por Van Helsing.
Y será precisamente en el título coprotagonizado por Jonathan que encontraremos la principal curiosidad de la que hoy hablaremos. Castlevania: Portrait of Ruin (2006) narra cómo en 1944 el castillo de Drácula reaparece en Europa, aparentemente, con motivo de las atrocidades sucedidas durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Es así que el cazador de vampiros Jonathan Morris, acompañado por la joven bruja Charlotte Aulin, deben adentrarse en la siniestra morada a investigar. Allí descubren que en esta ocasión no es Drácula quien ha tomado posesión del castillo, sino un pintor llamado Brauner, que se habría convertido en vampiro tras la pérdida de sus hijas durante la Primera Guerra Mundial.
Esto nombre no está escogido al azar, sino que está basado en el pintor y escultor surrealista de origen rumano Victor Brauner (1903-1966). A pesar de que las referencias al artista parecen terminarse inicialmente en el nombre y una muy sutil semejanza física, estas se hacen más evidentes cuando llega el momento de enfrentarnos contra él. El combate tiene lugar en el estudio del pintor, donde encontramos varias obras en las que este estaría trabajando, tanto esculturas como pinturas, entre las que destaca un gran cuadro de aspecto “guerniquiano” con grandes ojos, una boca enorme con dientes afilados y cabezas deformes y decapitadas con un fuerte contraste entre claros y oscuros.
No resulta difícil encontrar similitudes entre este cuadro y la obra real del pintor rumano, en la cual, al igual que para otros artistas surrealistas coetáneos, tienen gran importancia los ojos, así como las figuras deformes de aspecto grotesco. Así mismo, el villano nos atacará invocando terribles criaturas salidas de su arte con un fuerte componente surrealista, como una especie de enorme estrella de mar cubierta de bocas, un hombre circundado de una decena de brazos que lo rodean y lo oprimen, o un enjambre de cabezas flotantes ciclópeas —de nuevo encontramos el tema del ojo, elemento central en la obra de Brauner—.
Estas son apenas un par de curiosidades que encontramos en esta longeva saga —cuyo futuro es incierto tras la tentativa de reinicio que supuso la trilogía de Castlevania: Lord of Shadows—, de la cual estos pequeños guiños y referencias, más o menos ocultas, son ingrediente fundamental de su nutrido trasfondo.