La ciencia ficción, al igual que la fantasía, son géneros que a menudo toman como referencia o inspiración la Historia, aunque desde perspectivas muy diferentes. Mientras el género fantástico suele recrear, generalmente, mundos de corte medieval o con estructuras propias de esta etapa histórica; la ciencia ficción, comúnmente desarrollada en mundos o etapas futuras, suele mirar a la Historia como un referente, un recuerdo del pasado, en ocasiones relacionado con un mundo más fácil o incluso considerado mejor, cuya huella todavía se deja sentir en esos futuros distópicos.
Ejemplo de ello es Los 100, novela de ficción de la autora estadounidense Kass Morgan, cuya adaptación a serie es el objeto de análisis de esta reseña. Estrenada en 2014, la producción cuenta con un total de siete temporadas –divididas en unos 100 capítulos-, dándose por finalizada la historia con la emisión, a partir de mayo de 2020, de la última de ellas. Los 100 sitúa al espectador en un futuro no muy lejano en el que, noventa y siete años después de que un apocalipsis nuclear devastase la Tierra, los últimos supervivientes de la especie humana sobreviven en una estación espacial, el Arca. El agotamiento de recursos y la sobrepoblación de la misma desencadenarán en el exilio forzado y prematuro de parte de los habitantes –esencialmente delincuentes juveniles- a la Tierra, en un intento de determinar si el planeta cuenta de nuevo con condiciones habitables que permitan la supervivencia. La llegada de este grupo a tierra firme demostrará que los Skykru, como pasarán a ser denominados posteriormente, no son los últimos supervivientes de la masacre, sino que el antiguo territorio de los Estados Unidos –donde se desarrolla gran parte de la trama- cuenta con poblaciones locales, adaptadas a la radiación ambiental.
La serie, dentro de este planteamiento post-apocaliptico, hace constantes referencias al pasado, tanto para juzgar los actos de aquellos que llevaron a la destrucción del planeta como para recordar tiempos mejores o más sencillos. Cabe destacar, principalmente, la nostalgia por el pasado que muestran los habitantes del Arca y los asentados en el monte Weather –grupo humano presentado en la segunda temporada-, que se muestran al espectador como los últimos adalides de la civilización y la cultura previa a la tragedia nuclear; en clara contraposición con pueblos “salvajes”, cuya historia conocida comienza tras el desastre. Así, los habitantes del Arca son asiduos lectores de clásicos, como Ovidio –cuya obra tendrá repercusiones importantes, principalmente por una malinterpretación de la misma y una tergiversación de la Historia, en la temporada cinco, en el arco de Bloodreina-, mientras los habitantes del monte Weather se presentan como últimos custodios de la cultura, al almacenar obras de arte de lo más diverso en sus instalaciones destacando, entre otros muchos cuadros presentados, la Noche Estrellada de Van Gogh. Por el contrario, los pueblos denominados “salvajes” o terrestres –tanto por los Skykru como por los del monte Weather, en un claro recordatorio a los bárbaros romanos-, no ejercen como custodios del pasado, aunque retoman un tipo de jerarquía u organización social propia de tiempos anteriores: el sistema tribal. La organización de estos pueblos, divididos en castas o agrupaciones de corte probablemente familiar, relacionados directamente con su lugar de asentamiento, así como su reunión bajo un cónclave y un líder electo -por una fuerza con tintes divinos- recuerda directamente a la estructura organizativa de pueblos prerromanos como, por ejemplo, los pictos.
La Historia se deja sentir a su vez en la serie a través de la denominación de algunos enclaves o personajes que, curiosamente, aluden con bastante asiduidad al mundo griego clásico. De esta forma, el asentamiento de los Skykru en la Tierra recibe el nombre de Arcadia, haciendo referencia a una región homónima localizada en el Peloponeso durante la antigüedad o a la ciudad ubicada en este periodo cerca de Creta –Arcadia o Arcades- en la que, según Séneca en su Teofrasto, los lagos y fuentes se secaron tras no cultivar las tierras a causa de la destrucción de la ciudad. Probablemente una referencia de la autora o los guionistas a los sucesos que se producirían a lo largo de la serie entorno a este asentamiento. Por su parte, el centro neurálgico terrestre recibe en la serie el nombre de Polis, debido a un error de sus habitantes a la hora de leer la palabra Polaris, escrita en una cápsula espacial conservada en la misma urbe y en la que habría descendido su primera líder desde el Arca. Aunque la serie justifica este apelativo como un error, lo cierto es que el término Polis era el utilizado durante la antigüedad para definir las ciudades-estado griegas, cuyas similitudes organizativas con la urbe presentada en la serie no siempre quedan claras, pudiendo haber influido en cierta medida en la concepción de la Polis ficticia. Por último, cabe destacar un personaje en particular de la serie: la sacerdotisa Gaia. Esta figura recibe su nombre de la diosa homónima, deidad primordial y personificación de la Tierra; hecho que seguramente justifique la especial sincronía espiritual de la sacerdotisa a lo largo del desarrollo de la historia.
Asimismo, existe al menos otra referencia en forma de nombre, aunque ya fuera del mundo griego: el Arca. Se trata, sin mayor duda, de una referencia de corte bíblico, al servir para denominar el último salvoconducto de la humanidad –en este caso en forma de estación espacial-, donde la especie sobreviviría a un gran desastre, aunque no tan natural o divino como el representado en la Biblia. En relación con la religión, Los 100 muestra a su vez una referencia histórica, probablemente a la América colonial, específicamente a los procesos de quema de brujas, representados en la ejecución por este método de Becca Pramheda por parte de los miembros del Segundo Amanecer, al considerarla probablemente una bruja o algún tipo de ente peligroso al poder sobrevivir a la radiación ambiental.
Finalmente, en relación con el pueblo terrestre, cabe destacar la inclusión que se hace en la trama de una lengua propia para este colectivo, que será fundamental en ciertos momentos de la historia. Fuera de la idea de un lenguaje que dificulte la comprensión entre el pueblo venido del cielo y aquel que ocupa la Tierra, cabe destacar el significado real de este idioma, que se genera mediante una vulgarización del inglés común hablado con anterioridad a la catástrofe nuclear. Lo que Los 100 presenta al espectador es el proceso de evolución de una lengua, similar al que podría haber acaecido con el latín en su derivación a las lenguas romances, con la particularidad de que en la serie este proceso, que normalmente llevaría varios siglos, tiene lugar en menos de 100 años.
Los retazos de Historia o las referencias a enclaves o elementos históricos presentes en la serie son sin duda un curioso añadido, que aporta un significado más profundo a un producto que, en un inicio, parece querer mostrar el típico relato de adolescentes cuya misión vital es salvar el mundo. Cabe destacar, además, que a pesar de ser elementos impuestos por la autora o el guión, la serie consigue causar hasta cierto punto en el espectador la falsa sensación de que la reiteración de acontecimientos históricos o el uso de nombres propios del pasado son decisiones de los personajes, haciendo alusión a ese pasado que, probablemente, fue mejor. Asimismo, Los 100 presenta al menos tres formas diferentes de enfrentarse al pasado, reflejadas en los habitantes del Arca, que recuerdan la Historia pero comprenden la necesidad de no repetir los mismos errores que se dieron en ella; el colectivo del monte Weather, dispuesto a cualquier cosa para preservar y recuperar ese pasado glorioso; y el grupo terrestre, centrado en sobrevivir y por lo tanto ajeno a cualquier tiempo anterior, con su propia historia y tradiciones, convirtiéndose en cierta medida en aquellos que hacen o protagonizan la nueva Historia. Una propuesta sin duda singular para una serie cuyo objetivo estaba puesto en el futuro y en las cuestiones morales derivadas de una catástrofe nuclear, más que en el pasado y las lecciones que este puede impartirnos.
[Imagen de portada extraída de: 35 milímetros]