La llegada de la realidad aumentada y sistemas como las gafas VR ha conseguido romper la cuarta pared -esa barrera invisible que separa al lector o espectador de los acontecimientos que se suceden en una obra- del discurso histórico. De esta forma, el usuario puede “vivir”, de primera mano y cada vez con mayor realismo, una experiencia cercana a lo que pudo ser el pasado. Se trata habitualmente de recursos destinados a la percepción audiovisual que, en ocasiones, se han combinado con objetos físicos, para permitir que el sentido del tacto formase parte de la experiencia.
Ahora bien, aunque la tecnología ha supuesto un avance sensorial importante en la percepción de la historia, lo cierto es que no son las primeras experiencias que hacen uso de los sentidos para acercar el pasado al presente. Desde recreaciones musicales, tanto con instrumentos como partituras antiguas, para recrear sonidos perdidos; hasta la degustación de recetas culinarias, que reproducen antiguos sabores, los sentidos han sido siempre un reclamo para sentir un poco más cerca el pasado.
Pero, ¿qué pasa con el olfato? No es raro encontrar, como parte del discurso expositivo de algunos museos, réplicas o reproducciones de algunos olores, caso por ejemplo del intenso aroma del garum, famosa salsa de pescado romana producida a partir de vísceras fermentadas. Sin embargo, se trata de retazos dispersos y puntuales de un mundo odorífero probablemente mucho mayor, que no solo es difícil de imaginar, sino también de documentar.
Precisamente, con el objetivo de acercarnos a ese aromático universo nace Odorama: Historia cultural del olor, obra de Federico Kukso, publicada en 2019. A través de sus páginas, este periodista, de origen argentino y especializado en Periodismo científico, aspira a trasladar al lector a un ámbito del pasado poco explotado: el del olor. Desde la creación del universo hasta la llegada de la tecnología más moderna, Kukso reflexiona sobre la importancia de los olores en el devenir histórico, su eterna presencia en cada uno de los pasos que ha dado la humanidad y, sobre todo, la falta de atención que se les ha prestado.
Se trata ante todo de una lectura amena e inmersiva, colmada de detalles que permiten al lector reproducir las más diversas fragancias y hedores en su imaginación, hasta el punto de percibir, de alguna manera, dichos olores. Un libro que alude a las sensaciones, recuperando testimonios del puño y letra de los más variados autores que, a lo largo de la historia, han prestado atención al más desdeñado de los sentidos. Así, podemos acabar paseando por las estercoladas calles de la Grecia clásica, visitar los perfumados templos egipcios o sentir la repugnancia que los habitantes de Londres tuvieron que vivir en la época victoriana a causa del Gran Hedor.

Cierto es, por otra parte, que el texto adolece en ocasiones de una falta de linealidad temporal, al mezclar acontecimientos, etapas y olores muy separados en el tiempo. Asimismo, al ser el olor el principal protagonista de la obra, en ocasiones se le confiere una importancia en el devenir histórico que probablemente no tuvo, al menos no sin contar con otras causas asociadas. Ejemplo de ello es la afirmación de autor de que el comercio romano más allá del Mediterráneo prosperó por el ansia de obtener las más aromáticas y valiosas especias. Aunque la afirmación no es incorrecta, lo cierto es que hubo muchos otros factores implicados, que van desde la adquisición de otros productos de lujo hasta cuestiones de ámbito político y estratégico, que rebasan el mero hecho de adquirir productos agradables al olfato.
Ahora bien, si por algo hay que destacar la obra, además de por su capacidad de sumergir al lector en una miríada de olores, es por su crítica al presentismo. Desde las primeras páginas del libro, el autor deja claro que el lector no puede observar o percibir los olores del pasado desde una perspectiva actual, pues el concepto de lo olfativamente agradable, desagradable o común ha ido variado a través del tiempo. Al igual que distintas culturas poseen distintos preceptos morales, gustos o ideales, los olores y la opinión que los diferentes contingentes humanos que los percibían tenían sobre ellos ha ido variando a lo largo de la historia. Lo que en el presente puede interpretarse como un hedor intolerable, hace una docena de siglos podía ser parte del inherente del olor diario de una ciudad, sin que sus habitantes lo sintiesen como algo inaguantable. Por ello, y puesto que el concepto de higiene actual es algo relativamente moderno, no deja de ser remarcable que el autor haya querido transmitir al lector la necesidad de mirar al pasado sin juzgarlo, comprendiéndolo tal y como habría sido.
Odorama ofrece una experiencia diferente, un viaje por y a través de los olores. Un acercamiento diferente a la historia, que alude a uno de los sentidos más olvidados a la hora de escribirla e interpretarla, debido principalmente al registro tan sesgado que se conserva sobre el mismo. De ahí que la recopilación realizada por Kukso resulte tan llamativa, demostrando un importante trabajo de investigación de las fuentes, al que solamente se le puede achacar la carencia de una interpretación menos centrada en lo anecdótico. A pesar de todo, se trata de una obra nada desdeñable, cuya lectura puede ayudar a complementar otras experiencias a disposición del lector, como pueden ser los videojuegos. Al fin y al cabo, una vez has pasado paras páginas de Odorama, caminar por las calles de Shiwa, de la mano de Bayek; visitar los templos de la Grecia clásica con Kassandra; pasear el concurrido Londres victoriano con Jacob e Evie Frye; asaltar la Bastilla con Arno; o jugar cualquiera de las fases de un Assassins Creed nunca volverá a oler de la misma manera.

[Imagen de portada extraída de: elDiario.es]