Frankenstein, o el moderno Prometeo

Mezcla de realidad y ficción, ensamblada con la misma perfección que el monstruo al que da vida Víctor Frankenstein, la obra de Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851) cumplía este año el ducentésimo aniversario de su publicación. Mito moderno convertido en obra de culto, vio la luz por primera vez el 1 de enero de 1818, en la ciudad de Londres, a través de una versión reducida editada por Percy Bysshe Shelley, marido de la escritora; habiendo que esperar hasta 1831 para que la propia Mary Shelley publicase una versión completa del mismo. Esta nueva traslación del relato incluía algunos de los pasajes inicialmente eliminados, que enriquecían en gran medida la historia y que serviría como base a las diferentes ediciones y traducciones que tendría la obra a lo largo del tiempo.

A pesar de conocerse habitualmente como Frankenstein, el título original de la obra es Frankenstein, o el moderno Prometeo, en una clara referencia de la autora a la esencia del relato: la rebeldía contra la autoridad de los dioses. Así, Víctor Frankenstein se convertiría en una nueva versión de Prometeo –titán que robó el fuego a los dioses para dárselo a la humanidad-, al dar a los hombres la capacidad divina de crear vida, pagando un alto precio por ello, como también le había sucedido al titán, condenado a vivir encadenado a las cordilleras del Cáucaso, donde un águila se alimentaría día tras día de su hígado.

La obra nos traslada a un punto indeterminado del s. XVIII donde, a través de las epístolas que el capitán Robert Walton escribe a su hermana, descubrimos su fortuito encuentro con el científico Víctor Frankenstein, noble suizo y padre de la monstruosa creación a la que alude el relato. Así, gracias a la traslación de las palabras de Frankenstein a estas cartas –en un formato más parecido a una novela que a un texto epistolar-, conoceremos la razón de su llegada a las heladas tierras del norte, así como el espanto y la desolación que sus propios actos han causado en su vida, al crear un ser incontrolable y, según sus propias percepciones, carente de cualquier tipo de conciencia humana. Siendo testigos del rastro de muerte y destrucción que deja tras de sí el aspirar a poderes o conocimientos reservados únicamente a los dioses.

La historia, nacida de una reunión ociosa entre amigos, de la que no solo formaban parte Mary Shelley y su marido, sino también otras figuras reconocidas de la época como Lord Byron, aludía según la propia autora a los terrores más elementales de su sociedad, convirtiéndola por lo tanto en un claro reflejo de las mentalidades de su propia época. Una etapa dominada por el rápido avance científico, que comenzaba a entrar en conflicto y ocupar un espacio hasta entonces reservado a la tradición, la religión y la espiritualidad. Muestra de ello son las numerosas conversaciones que Víctor tiene a su llegada a la universidad de Ingolstadt (Baviera, Alemania), en la que muchos de sus maestros muestran un claro desprecio por las teorías clásicas –más asociadas a la alquimia que a la ciencia-; o incluso en las propias tribulaciones del personaje, que muestra un frenesí y ambiciones desmesuradas en la primera parte del relato, donde la ciencia se convierte en fin y justificación de todos sus actos, por muy amorales que estos puedan parecer, en contraposición con la mortificación y autocensura que refleja tras la creación de la criatura.

Shelley muestra, a través de la figura de Víctor, esa constante confrontación entre el avance y la necesidad de preservar ciertos valores inherentes al ser humano, probablemente reflejando el sentir general de la sociedad en la que vivía. El monstruo –que no recibe nombre en ningún momento del relato- se convierte en el perverso resultado de ese avance incontrolado y, hasta cierto punto, falto de moral. Representado como un ser de aspecto horrible y carente de valores, es rechazado por su creador y una humanidad que no lo entiende, convirtiéndolo –quizás de forma no intencional o debido a la propia naturaleza herética del mismo- en el demonio que Víctor Frankenstein perseguirá hasta la muerte. De esta forma, la autora contrapone el sentimiento conservador y romántico de su época –representado por personajes como Elisabeth, la prometida de Víctor y reconocida por su bondad y belleza- y ese avance incontrolable del conocimiento –representado por el monstruo y los actos de su creador-.

Aunque escasa en descripciones, la obra se desarrolla en emplazamientos reales, tales como la universidad de Ingolstadt, que se mantuvo en activo desde 1472 hasta 1799; mostrando asimismo algunos acontecimientos secundarios que se corresponden con sucesos o acciones que se estaban desarrollando en el momento en que la novela fue escrita, caso de las expediciones a los Polos terrestres. A pesar de venir desenvolviéndose desde hacía algunas centurias, los siglos XVIII y XIX serán especialmente importantes para la exploración del Círculo Polar Ártico y el Antártico –como puede verse en series como The Terror (2018)-, cruzándose este último completamente por primera vez en 1773, de la mano del capitán británico James Cook.

Finalmente queda hacer referencia a algunos de los mitos o leyendas surgidos en torno a la obra, que le adscribían un referente histórico, puesto en duda a día de hoy por numerosos historiadores y estudiosos de la misma. Durante cierto tiempo se estipuló que Mary Shelley podría haberse inspirado en la figura de Conrad Dippel (1673-1734), noble germano nacido en el castillo de Frankenstein (Darmstadt, Alemania), para crear al personaje de Víctor Frankenstein, tanto por la relación del apellido del protagonista con el castillo como por los rumores surgidos en torno a la figura de Dippel, acusado de practicar alquimia y trabajar con cadáveres de animales. A pesar de ello, se desconoce como la propia Shelley podría haber tenido acceso a dicha información, llegando a rumorearse que su madre habría sido la encargada de contarle historias sobre el noble durante su infancia.

Frankenstein, al igual que sucede con el Drácula de Bram Stoker, se configura como un manifiesto reflejo de la época en la que está escrita. Shelley sitúa su monstruosa creación en un punto indeterminado del s. XVIII, aportándole quizás algunos tintes propios de inicios del siglo siguiente, que no siempre han sabido reflejarse en las innumerables adaptaciones cinematográficas de la obra. Sin duda, la más fiable de ellas fue Frankenstein de Mary Shelley (1994), adaptación dirigida por el director y actor Kenneth Branagh, siendo la más antigua de ellas el film titulado Frankenstein, de 13 min de duración, dirigido por Thomas A. Edison en 1910, disponible actualmente en la plataforma Youtube.

Una historia inmortal, que ha resistido las inclemencias y el paso del tiempo con la misma fortaleza que Víctor Frankenstein mostró en la persecución de su abominable creación. Un claro reflejo de la mentalidad que dominaba el mundo de Mary Shelley, en el siglo que precedió a algunos de los mayores descubrimientos en el campo de la ciencia y la exploración que estaban por venir, dando inicio a algunos de los grandes cambios que se desarrollaron en la última etapa de nuestra historia.


[Imagen de portada extraída de: elperiodico.com]

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