El Cid: la Leyenda (inventada)

El Cid Campeador, Sidi, Rodrigo Díaz de Vivar y otros muchos nombres para denominar a un hombre que vivió en el siglo XI y cuyas andanzas fueron recogidas de múltiples formas en diversas fuentes históricas. Su figura ha legado a nosotros deformada como pocas, a través de filtros como el del heroísmo o el nacionalismo, distorsionando todo aquello que le rodea con el manto de la leyenda. Y precisamente de eso vamos a hablar en esta reseña, de la leyenda del Cid o, más bien, de “El Cid, la Leyenda”, película de animación española del año 2003.

Sin embargo, no vamos a centrarnos tanto en la figura del mercenario castellano Rodrigo Díaz, como en la situación política de la Península Ibérica que nos describe el film. Aunque sí comentaremos algunas de las acciones que la película atribuye al “Campeador”. En el caso de querer saber más sobre el personaje, la literatura al respecto es abundante, tanto a nivel novelado como de investigación. En este sentido, nosotros hemos analizado ya su figura a través de la novela Sidi, de Pérez Reverte.

En lo que respecta a la situación política, la película se convierte rápidamente en un despliegue de incoherencias, errores garrafales y sinsentidos históricos que se extienden a lo largo de la hora y veinte minutos que dura. Nada más comenzar se nos traslada al año 1064, durante el reinado de “Fernando I el Grande, rey de Castilla y de León”. En realidad, Fernando I no llegó a ser rey de Castilla, sino que era conde de la misma y rey de León. Durante la propia presentación, se habla de cómo la Península era un lugar de paz y tolerancia entre musulmanes y cristianos gracias a la “protección de Castilla sobre los Reinos de Taifas”. Algo que describe pobremente un periodo conflictivo como lo era este, con ataques y saqueos hacia ambas direcciones. Obviando además el hecho de que la película se esfuerza de forma constante por situar a Castilla en un lugar predominante e ignorando el resto de reinos y estados peninsulares. Se nos introduce también al villano de la película que, como no podía ser de otra forma, es el malvado musulmán Ben Yusuf. El cual se va a encargar de acabar con ese clima de amor y buen rollo imperante en la Península.

No tenemos muy claro a quién se querían referir cuando crearon al personaje de Ben Yusuf, aunque el “Ben” antes del nombre, hace pensar en Ali ibn Yusuf, hijo de Yusuf ibn Tasufin. Sin embargo, Alí tenía entre 1 y 10 años en la época en que transcurre la película, lo cual hace pensar que se referían a su padre. Para que quedase claro quién era el malvado, mientras que la mayoría de musulmanes andalusíes visten colores anaranjados y hablan con un tono neutro el castellano, Yusuf viste de negro y es el único personaje con un marcado acento “árabe”.

La historia avanza mostrándonos lo alegre y campechano que era el príncipe Sancho II y su bonita amistad con Rodrigo de Vivar, mientras en los rincones oscuros de la corte la infanta Urraca planifica alguna maldad con su amigo Vellido Dolfos. Poco tarda en morir el rey Fernando I y en comenzar a moverse las conspiraciones. En cuestión de lo que parecen días, Sancho es asesinado por orden de su hermana, con el objetivo de manipular a Alfonso. Se ignora por completo que Fernando I dividió el reino de León en varias partes, y de los cinco hijos que tuvo, se quita a dos, haciendo desaparecer a García y Elvira que, suponemos, no aparecen en el film porque estarían de viaje. La realidad, sin embargo, es más compleja, ya que Fernando I dividió León entre todos sus hijos. A Sancho le dejó el condado de Castilla, con título de reino, a Alfonso le legó León y a García, el más joven, le dejó Galicia, escindiendo el territorio de Galicia y Portugal. Como ya se sabe, las herencias son un caos y fuente de disputas familiares. En este caso, se saldaron con el secuestro de dos de los hermanos, el asesinato de otro, unas cuantas batallas y varias conquistas. Teniendo como resultado el ascenso al poder de Alfonso como rey de León, de Castilla y de Galicia y de Urraca como su consejera. La película obvia todo ello y se produce un traspaso de poder relativamente tranquilo en el que Sancho es asesinado por su maléfica hermana.

Si la parte cristiana de la península ha sido simplificada al extremo, la musulmana no podía ser menos. En lo que dura una corta transición, toda ella ha caído en manos del “Califa” Yusuf. No obstante, Yusuf no entraría en la península hasta después de que se lo solicitasen los emires de Sevilla y Badajoz, después de que Alfonso VI conquistase la taifa de Toledo en el 1085, detalle que la película olvida mencionar porque contradice ligeramente la idea de paz y fraternidad peninsular que pretende reflejar. Se nos muestra, al mismo tiempo, cómo los musulmanes “buenos” apoyan al rey de Castilla, mientras que los “malos” son los que están en su contra. Ejemplo de los primeros son el “príncipe” al-Mutamin de Zaragoza, hijo del emir al-Muqtadir. Los cuales, en realidad, tuvieron enfrentamientos recurrentes con el rey Alfonso VI. Mientras que en la película se nos muestra cómo el Cid “libera” Valencia, con ayuda de Alfonso y Al-Muqtadir, de las manos de Yusuf, esto es algo que no guarda ningún tipo de relación con la realidad, puesto que Yusuf llegaría después y Valencia era gobernada por Al-Qadir, tributario de Rodrigo. La película reescribe el final, mostrando a un Yusuf cautivo maldiciendo a los cristianos con una Valencia liberada, mientras que el Yusuf real conquistó Valencia para el Sultanato al-Murabitun (o Almorávide) a sus 80 años, haciendo rendirse a Alfonso VI y a la ya viuda del Cid, Jimena.

La película es, en resumen, una sucesión de barbaridades históricas sin orden ni concierto que ensalza la figura del Cid como un héroe de un corazón tan grande que ni en Castilla cabía. A los musulmanes se les muestra, o bien como favorables a los cristianos (buenos), o enemigos (malos). Si bien puede ser entendible ese maniqueísmo en una obra de ficción infantil, hay muchas formas de simplificar una historia y, en este caso, se ha elegido la peor con diferencia. El resultado es una película claramente partidista e incluso racista cuyo interés histórico radica, no en el momento que recrea, sino en cómo continúa mito del “buen caballero».

 


[Imagen de portada extraída de: imdb.com]

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